EL ATUENDO
Cuando Rómulo era estudiante belicoso y contestatario, el signo externo de esa condición era la boina: única concesión del atuendo a la actitud de protesta.
Luego vinieron el “sinsombrerísimo” y un aire deportivo de “yachtman” sin yate que eliminó para ciertas ocasiones (paseos, excursiones, partidos de beisbol) el imperio de la corbata. Apareció el “cuello voltiao” que en la rueda de la moda nos venden hoy desde París en la misma forma de lo que entonces se llamó “le dernier cri”. Rómulo era tan fanático de la corbata que cuando sale sin ella, se preocupa por llevar el cuello de la camisa “sport” debidamente abrochado. Solamente en la intimidad usa la camisa con el cuello abierto y cuando está em Europa y es primavera adopta la elegante informalidad del “foulard”.
Para Rómulo el estar “bien presentado” se centra en la corbata y en la pulcritud de la camisa. Se lleva la mano al nudo cada vez que está por llegar a una casa o recibir a alguien.
Aunque se vengaba de la levita con el calificativo campesino y no rebuscado de “la enjalma”, ponía especial esmero en anudarse la corbata y se conducía “metido en los peroles” como si le fueran prendas familiares. Para ponerle una pizca de humor criollo al asunto, solía comentar: “Yo también soy de los aristócratas a la fuerza, creados por Algernón en la revista “Carteles” de mis años de exiliado.
LA RISA
En Venezuela se han hecho célebres las altas temperaturas alcanzadas por los disgustos de Betancourt (dedos apiñados como queriendo abrir una caja craneana para hacer penetrar una idea; perdigonada de expresiones fuertemente coloreadas y onomatopéyicas, hasta llegar al pipazo que deja la huella sobre la mesa o acaba con la existencia del cenicero); pero así como existe la calentera romulera, hay también la risa romulera.
Rómulo tiene risa de campesino. Muchas veces se ha visto esa carcajada en una pulpería de Carayaca, en un patio de bolas en Río Chico, entre los hombres de a caballo.
De la risa romulera, dice el escritor colombiano Luis Enrique Osorio: “Suelta una risa ancha que deja ver las cordales y la campanilla”.
Nuestro penetrante ensayista J. M. Siso Martínez, hombre sin genuflexiones, ni sobajeos políticos, también hace notar lo característico de la risa en Betancourt: “La risa es en él coraza y escudo. Sabe reír con la ancha risa venezolana de los buenos y los malos tiempos”.
“La risa de Rómulo es una de las cosas saludables, estimulantes, que existen sobre el haz de la tierra. Es un estremecimiento sonoro que hace voltear la dentadura del riente como campanas de hosanna. Se le estremece el pecho, se le achican los ojos y suena a todo sonar la carcajada sin malicia” (Luis Alberto Sánchez).
EL DEPORTISTA
-Rómulo jugaba como delantero, era muy buen jugador; pero rebelde desde chiquito. Una vez en plano campo lanzó un discurso político.
-¿Cómo fue eso, Doctor Brito?
-Nosotros jugábamos en un terreno con tribunas de madera y rodeado por viviendas de gente muy humilde. El barrio era propiedad de la sucesión del General Sarría, por eso ahora se le conoce bajo ese nombre. Nuestro terreno estaba situado en los fondos de lo que es hoy el Hospital de Niños. Allí Rómulo dijo su primer discurso de protesta.
-¿En un partido de fútbol?
-No, hubo una celebración con no recuerdo qué motivo y preparamos una guarapita, cuando le tocó el turno a Rómulo, aprovechó la ocasión para criticar al gobierno de Gómez.
-¿Qué edad tenía entonces el ex – presidente?
-Eso fue en el 23 o el 24. Rómulo tendría unos 16 años.
(De una conversación sostenida con el Doctor Victor Brito Alfonzo, defensa del equipo del Liceo de Caracas).
EL ARTE DE SER ABUELO
Capaz de hacerle un desaire al más pintado ni aun en sus momentos de mayor impaciencia se atreve a contestarle desabridamente a un niño. Se le ha visto concluir en forma cortante el obsequio de un alto funcionario y cambiar radicalmente cuando aquel le ha presentado a una pequeña hija o a un nieto embolado por la timidez. Entonces el Betancourt impaciente, se torna pacientísimo, lleno de sincera afectuosidad.
Habiendo vivido una infancia sin amarguras ni frustraciones – Todavía nombra papaíto a Luis Betancourt – proyecta hacia los niños esa secreta fuente de su simpatía; hace que se sientan como con un igual que entiende su mundo y que podría participar activamente en sus juegos y adivinar sus ocultas contraseñas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario